Había estacionado junto a un bar de carretera. Tenía éste un aire antiguo y lúgubre.
Sentía una sensación extraña en el cuerpo, pero no sabía definirla. Lo mejor era tomar un café y estirar un poco las piernas. Todavía le quedaban unas cuatro horas al volante.
Un par de tipos en la barra, un hombre mayor, de voluminosa barriga, en una de las mesas y, en otra al fondo, una extraña pareja. Daniel se sentó en la mesa más próxima a la puerta de salida.
Aquellos bares de carretera. Gente peculiar (…)
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