Kirchner está asomado a la ventana. Las gentes pasean por las calles de Berlín con relajada parsimonia, mirándose los unos a los otros, con altivas miradas, alzadas éstas en plumas y sombreros, en un vagar con meditado paso y jerárquico comportamiento.

Cierra los ojos. Suenan tambores de guerra. La sociedad parece estar desquebrajándose. Kirchner se halla inmerso en una de sus épocas solitarias.

El grupo Die Brücke (El Puente), en el que hacía unos pocos años compartía con sus compañeros de estudios, se ha desmembrado. El artista se ha instalado en Berlín, y en esta ciudad observa los aspectos decadentes de una sociedad inmersa en su ego burgués.

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Escena de Berlín – Ernst Ludwig Kirchner (1914)

Solemos conocer la historia de muchos artistas. Pero la de Kirchner no es muy conocida. Fue uno de los fundadores del grupo Die Brücke, y uno de los primeros creadores del primer expresionismo pictórico, el expresionismo figurativo.

Suelo observar a los artistas, de cualquier disciplina, pictórica, musical, literaria… Y me he dado cuenta de una cosa: nos gusta recordar como racionales a aquellos “genios” que parecen haber triunfado, y nos gusta mirar con ojos asombrados, a la par que asustados, a aquellos que mueren jóvenes, o a los que se se suicidan, o a los que abusan de drogas y alcohol, o a aquellos que parecen estar cubiertos de un velo de desdicha.

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Postdamer Platz – Ernst Ludwig Kirchner (1913)

A menudo se califica al artista que no entra en los parámetros de “normalidad” como de loco, drogadicto, de vida pendenciera, en definitiva: que su arte responde a un acto de locura, no a una respuesta tras una observación consciente del mundo. A Kirchner se le puede catalogar en esto y al mismo tiempo no.

Su trabajo fue reconocido. En los años 20 Kirchner ya era una figura reconocida del arte expresionista, arte que se desarrollaba ahora por los cuatros costados no sólo en la pintura, sino en la fotografía y el cine.

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Obra fotográfica: Cocina alpina. Retrato de Kirchner (1910)

Pero estamos en 1914. Justo antes de que se inicie la Primera Guerra Mundial.

Kirchner abre los ojos. Le fascina la ciudad, en todos sus aspectos. Ricos, altos sombreros, prostitutas, artistas de circo, señoras emplumadas… Ruido, desorden, máquinas, vida, deshumanización, angustia…

La ciudad en la noche brilla, pero Kirchner no va a destacar las luces de la ciudad, ni siquiera tiene pensado expresar claramente el día o la noche.

Los colores son su arma, el arma de todo expresionista de Die Brücke. Así lo aprendieron, él y sus compañeros, del fauvismo, pero no…, Kirchner no usará el color al modo fauve.

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Autorretrato como soldado. Kirchner (1915)

Mientras un fauvista (Matisse o Derain) usaría el color para definir una armonía general en la obra, el expresionismo lo usará deliberadamente para romper la armonía. Kirchner ha puesto sus ojos en la burguesía berliniana que pasea impasible ante el horror del hambre de los que les piden por las calles, o ante el horror de una política corrupta. No…, la armonía no puede existir en su obra, pues la armonía no existe en el mundo.

Poco después Kirchner se alistará al ejército.
Hablamos de una guerra en la que los jóvenes se alistaban por voluntad propia, en un ambiente de patriotismo exacerbado. Él es uno más.

Ya no volverá a ser el mismo.

Meses después, en 1915, tiene que dejar el ejército. Vuelve tan dolido, física y emocionalmente, que es internado durante un tiempo. La guerra le ha hecho engancharse a los barbitúricos y al alcohol.

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Desde entonces vivirá en Davos, una ciudad suiza, tranquila, rodeada de montañas. Lo hará con su novia de toda la vida, Erna Schilling.

A partir de entonces su vida será una lucha continua contra la depresión, contra la marca de la guerra. Y una vida de intensísima creación artística, no sólo pictórica, sino también fotográfica.

Y mientras, el fantasma de la guerra vuelve a acechar Europa. El nazismo se hace con el continente, avanza. A Kirchner esto le aterra. Los nazis han catalogado su arte como “degenerado” y Kirchner siente los insultos y el odio de sus compatriotas acechar sobre su nuca.

Siente miedo, le horroriza la vuelta de la guerra.
No entiende nada, no comprende la expansión de semejante sinsentido.

En 1938 Hitler amenaza con llegar a Suiza. Kirchner no lo soporta más. No quiere vivir en esta locura de mundo. ¿Pero qué demonios está ocurriendo? Le sugiere a su mujer el suicidio juntos. Nada tiene sentido, no pueden continuar en este mundo tan miserable, tan ilógico, tan inhumano.

Su mujer acude a buscar ayuda al verle dispuesto a suicidarse. Es entonces cuando, solo, se dispara en el corazón.

Siempre me ha enternecido este personaje. Su arte es violento y dulce al mismo tiempo, despierta entusiasmo vital a la par que terror.

No entender a Kirchner es no entender el dolor ante una sociedad acosada por el belicismo y la intolerancia. La inestabilidad de Kirchner no fue fruto de una mente irracional y difusa. Su angustia, su nerviosismo y su miedo, fueron el reflejo de su profunda sensibilidad; el grito de su profunda humanidad.

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Franzï ante una silla tallada o tótem – Kirchner (1910)

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